Los egipcios consideraban la lana como materia impura con la que no se podían confeccionar vestidos litúrgicos ni atuendo que pudiera entrar en contacto con los rituales sagrados y usos del templo.
En la ciudad caldea de Ur la gente se arropaba con vestidos de lana, pero vestía las estatuas sagradas con tela más fina de lino. El algodón era cultivado en la India hace cinco mil años, como ponen de manifiesto las muestras de tela halladas en Mohenjo-daro dentro de una jarra de plata.
El empleo de fibra vegetal para uso textil se difundió de manera más bien lenta. El rey asirio Senaquerib plantó algodón en el siglo VIII a.C. Para entonces la Grecia Antigüa poseía una industria textil de cierta importancia, iniciada en Creta hacia el primer milenio antes de la era cristiana.
Se sabe que la ciudad de Megara competía en el siglo VII a.C. en el comercio de telas, y que la ciudad de Mileto, en Asia Menor, contaba con un floreciente comercio de este tipo.
En la Atenas de Pericles la mayoría de las telas se fabricaba en casa, importándose los de alta calidad de puntos tan lejanos como Egipto, Tarento, Amorgos, Sicilia, de donde venía la lana tintada, el resplandeciente lino blanco, la rutilante seda, las telas especiales para uso del templo o de la realeza.
El Imperio Romano heredó la infraestructura comercial, industrial y técnica del mundo griego que a su vez había vivido asomado al Oriente Medio y Egipto.
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